El cambio no es lo que solía ser. Hay que cambiar la forma de cambiar. Todo cambia y nada cambia. Y al mismo tiempo, ¡todo está cambiando continuamente!
Estos tiempos nos muestra este tipo de paradojas con las cuales nos enfrentamos y nos sabemos, muy bien del todo, cómo relacionarnos.
¿Es el cambio algo planeado? Sí y no.
En las organizaciones existe la idea del “cambio planeado” y como tal es casi la partida de bautizo de lo que llamamos “Desarrollo Organizacional”, a mediados del siglo pasado. Dentro de ese modelo, basado en la metáfora de la máquina, el cambio se diseña y planifica desde la alta dirección y luego baja “en cascada” a los siguientes niveles.
A nivel personal, la metáfora de la máquina, ocupa una función similar: nos dice que el cambio ocurre cuando “la cabeza” elige cambiar y entonces hay que convencer al cuerpo a que cambie (se acerca el verano, ¿te suena familiar? Las promesas de año nuevo son algo así).
Entonces, surge la idea de “etapas del cambio”, o mejor dicho, “etapas de la transición”: uno está en un “Estado Actual” y quiere ir a un “Estado Deseado”, por tanto, atraviesa etapas emocionales como negación, resistencia, negociación, aceptación y compromiso.
Pero, en verdad, ¿atravesamos dichas etapas en forma secuencial y unidireccional?
Si estás leyendo estas líneas, eres testigo y protagonista de la mayor crisis humana global que hayamos conocido, la pandemia del Covid19. Y como tal, ¿podrías decir que ya pasaste la negación? No te sientas mal si todavía, mientras aceptas la situación tal como es, de cuando en cuando –como yo- recuerdas o añoras el mundo que tenías prometido para el 2020.
Y es que probablemente la idea del cambio sea eso, una idea: algo fácilmente descrifrable y reducido en etapas para ser comprendido y “gestionado”.
Pero en realidad, la vida nos muestra siempre que el cambio es un continuo de movimientos, patrones sobre patrones, que van creando y recreando posibilidades y que, algunas veces –como este insólito año- ¡PAF! Nos sorprende con transformaciones.
A escala pequeña, una transformación es un cambio de fase como cuando preparas limonada: se acabó, no es más agua, ni zumo de limón, ni miel, ahora es una cosa maravillosa que llamas “limonada”.
Algo similar pasa con la metáfora favorita de las transformaciones: la mariposa. Vive y crece muy rápido como oruga (es realmente rápido lo que crece en tan poco tiempo), luego se torna crisálida (menos tiempo), en esa bolsita hermosa dentro de la cual la oruga se está licuando (no, no le crecen alas). Y luego, sale, convertida en algo bellamente nuevo: la mariposa, para volar y vivir tal tal vez menos tiempo que todo el proceso anterior.
Y así estamos, en este largo “pupar” que es este 2020, sin saber en qué nos transformaremos ni qué pasará al salir ¡ni cuánto durará!
Pero lo que podemos decir es que sí, nos estamos transformando y nunca dejamos de hacerlo.
¿Por qué? Porque la transformación nunca está en el ser vivo, en la mariposa o el humano: la transformación es una combinación única de transformaciones del entorno, de los otros miembros que permiten condiciones para que nos transformemos.
Cuando, en el silencio de la pandemia, me transformo, lo hago gracias a mi entorno. Ya sea que morí o que sobreviví o que, incluso, me volví un “exitoso emprendedor”, siempre recuerda que no es una cualidad en ti, sino en tu entorno, que aprovechaste de una manera (y no de otra).
Las malas noticias son que no podemos planear el futuro.
Las buenas noticias son que no podemos planear el futuro. Y esa certeza, hace toda la diferencia.
Julio Príncipe Portocarrero
Jardinero Sistémico
julio@cogruencia.pe
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